martes, 13 de noviembre de 2018
sábado, 13 de junio de 2009
El Día Que No Pude Ver.
Ver para sentir (bonita forma de percibir el mundo) y sentir para ver; vida dura llena de sacrificios y abstinencias, en donde algunos huyen como focas del fuerte tiburón llamado sociedad o debería decir suciedad. Es fácil para quienes tenemos la vista categorizar todo: feo, bonito, agradable, no agradable… todo sin importar la esencia, he ahí la falsa, vaga y estúpida percepción que tiene el hombre del mundo que lo rodea.
Recuerdo que el martes 26 de mayo de 2009, a eso de las 07:15 a.m. tomé el autobús que me llevaría a la estación del metro, al subir y dar los buenos días a los pasajeros me sorprendió un chico de camisa roja que se sentaba en la primera silla al lado de la puerta, pues su rostro se vestía de cicatrices que conmemoraban un grave accidente, continúe mi recorrido hacia el final del autobús y espere mi llegada. Al bajar del viejo automotor, noté que de todos los pasajeros aquel chico continuaba atrás, dando cuenta de un gran bastón de varas armables que acompañaban a aquel joven, quien desde un principio me había causado gran intriga, no sé por qué razón regresé (tal vez nunca lo entienda) y le dije: “Amigo, te ayudo”.
Siempre nos vemos en la tarea de confiar en el otro, que mejor manera de hacernos humanos y despertar todo ese sentimiento materno que hemos heredado de las musas que dan la vida. Con el susodicho emprendí el viaje a la tierra del conocimiento, un pueblo aireado con cantos y danzas de brisas frescas y atrevidas que alertaban la llegada de cada individuo a su espacio.
Entrando a la Universidad el reloj marcaba las 07:40 a.m., me apresuré de inmediato con Johan a la biblioteca, pues debía ir allí en busca de una persona que la Universidad le asignaría para que le ayudase a responder el parcial Filosofía de la Ciencia que tendría en los próximos 20 minutos. Llegamos a la anhelada biblioteca a las 07:45 a.m. y antes de despedirse me agradeció con sus ojos cerrados, alma abierta y sonrisa en rostro por la aventura que me había proporcionado (fue algo irónico), confieso que con gran alegría dejaba en aquella puerta un gran tutor, que me había enseñado el valor de lo que es la visión, no solo física sino también de la vida.
Agudizar nuestros sentidos, agudizar nuestra alma, aprender de cada sonrisa una historia, comprender de cada lágrima un sentimiento, y buscar en nuestro ser el por qué, el por qué de lo bello, lo ridículo y sublime. ¿Quien confía si no es por interés propio?, creo que en un tiempo no muy lejano seremos capaces de sentir para ver, dejando de lado, por lo menos un instante la superficial y poco comprensible “visión humana”.
Ser los ojos de alguien es una experiencia indescriptible y tratar de vivirlo también, aunque la confianza sea una cuestión de querer y de sentir, solo en la expresión “autista” de nuestro ser se logra entrever la luz que rodea al mundo de cristal llamado tierra.
martes, 7 de abril de 2009
Síntesis De Presentación
En el curso de literatura de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, los días 18 y 25 de febrero de 2009 se expusieron las muestras interpretativas de las nociones estéticas por parte de los estudiantes, cada uno distinguiéndose por su particular encanto. Las tardes de estos días se llenaban de osadía y complicidad, el ambiente se hacía ameno a cada paso que se relataban las historias insólitas de los poetas escondidos entre los participantes.
Compartiendo miedos, metas e ilusiones. Durante las presentaciones se mostraron imágenes de gran valor emocional, como las montañas, los ríos y el cielo. De igual manera se presentaron elementos que daban la noción de feo, absurdo, patético, y sublime. Llenando la oficina de magia e ironía, los cuerpos desnudos de nuestros sentimientos danzaban en la tranquilidad de la tarde, continuando el ritmo de aquel viejo reloj de pared que aún no había decidido detenerse.
La música, la danza, el teatro y la poesía hacían parte de un espectáculo que con orgullo se había preparado un día antes del añorado encuentro. Con gran emoción esperaba la señal del espíritu santo convertido en Paloma. Listo para ir al campo de batalla, espere que la música (máxima expresión del arte) iniciara su melodía mágica, y así tomar mis sentidos a su antojo. Mi presentación estuvo compuesta de ejercicios corpóreos empleados en el teatro y la danza (al inicio), se continuo con juegos de escape y persecución, entrando a su nudo el nacimiento de un ser, ser sin rostro que lucha por vivir un poco más de lo que le ha sido destinado, finaliza con el reflejo de una sociedad sucia y olvidada (XVI escena “la ascensión” de historia para jovencitos escrito por Caicedo Andrés). Me atrevo a decir, que no hay mejor ejercicio que el de exponer nuestras nociones, para hacerse al ambiente, abrirnos a los demás, para reflejarnos y servir de reflejo de nuestros sentimientos y pensamientos. Joan Camilo Piedrahita Mejía
lunes, 23 de marzo de 2009
Lagrimas rotas sin dirección
Frio que despliegas en alborada ayuna
De ríos y campos en ardiente acción.
Recuerdo de aquella tarde; haber corrido entre charcos de agua, respirado la humedad con calma al igual que los olores que despiertan mantras, ya tranquilo, en la cama del alma me dispuse a comer un helado para reposar la marcha.
Durante el recorrido me sentí sereno, pues me acompañaba un hijo de aquellos que te anuncian sueños. Caminando por las piedras del olvido llegamos sanos al museo del Olimpo, donde me esperaban los hijos de Hefesto (artesano de los dioses y modelo del fuego), creadores de cuentos y gracejos que hacen de los desocupados un tremendo festejo.
Ya reunidos los héroes, esperamos a nuestra atena para adentrarnos en aquel viejo templo de sabiduría. Ver para sentir, agudizar nuestros cristales de colores oscuros para dar sinergismo a las puertas celulares de nuestro organismo, estimulando a su vez las descargas cerebrales, conocidas hoy en la ciencia que nos olvidó, como sinapsis. Saltamos de sala en sala apreciando los distintos elementos que allí se encontraban expuestos, disfrutando de sus atuendos y detallados diseños.
Algunas esculturas conmemoraban las aventuras de nuestros implacables ancestros; Afrodita, esculpida con finura y tranquilidad tardía, nacida de la espuma y diosa del amor, ¿dime hermana mía, quien te querría en la desolada tierra sin paz y alegría?, el grupo de héroes aun despiertos daban gracias por la ausencia de Morfeo, que como buen aguafiestas incitaba al sueño.
Puedo citar de aquellos personajes: Gladiadores excepcionales que daban la impresión de ser moles invencibles de músculo y hueso, basiliscos que daban la bienvenida a un pasaje secreto de cuentos furtivos, imágenes de artesanos de hace algunos años que moldeaban sus esculturas con algo más que sus manos y joyas de barro de algún grupo indígena que jamás será olvidado.
Joan Camilo Piedrahita Mejía
domingo, 16 de noviembre de 2008
Utopía de un encuentro
Mi teléfono celular liberaba desde su reproductor de audio, un sonido capaz de romper el poderoso abrazo de Morfeo. Era la alarma que marcaba en su pantalla la hora propicia para despertar, las 6:00 a.m. del 07 de octubre de 2008. Justo ese día una hora más tarde, fuimos citados los estudiantes de medicina e instrumentación quirúrgicas en la Facultad de Medicina para emprender un viaje, que sería tal vez el más emocionante de todo el año, y que no se repetiría sino en los próximos 365 días.
La emoción por llegar a tiempo era insistente, por lo tanto emprendí la caminata de forma inmediata al punto de encuentro, y al llegar me impresioné un poco, porque por primera vez veía como el juego de manos, las sonrisas, los abrazos, y la alegría de la juventud se unían para integrar fuertes descargas de emociones que colmaban el lugar de confianza y tranquilidad. Todos estábamos a la espera,… a la espera…, de aquella grande y poderosa máquina que sería capaz de transportarnos a ese lugar tan anhelado en pocos minutos.
La brisa corría fresca y libre, humectando cada minúscula porción de nuestro cuerpo casi medio desnudo. Pero la compañía, la camaradería, y el roce entre los cuerpos invisibles proporcionaban el calor necesario para nuestro bienestar. Al llegar nuestra añorada máquina, uno a uno en la amenidad del ambiente fuimos formando dos largas filas, para ingresar al cuerpo de la panguea.
Ya adentro del viejo automotor, parecíamos niños hambrientos de diversión, que esperábamos sacar de nuestras entrañas los comportamientos más primitivos, sin el temor de ser señalados. Gritos, risas, y flashes de cámaras se acoplaban para simular enfrentamientos entre bandos vecinos en minúsculos campos de concentración militar.
Cayeron lágrimas del mar flotante, que bañaron con su fría y cristalina sustancia el edén mejor decorado, muchos se sintieron decepcionados porque en los años anteriores ocurría lo mismo, una especie de confabulación en contra del astro incandescente que es tan deseado en eventos como éste.
Al llegar a la finca, se respiraba un nuevo aire; más puro, más apacible, más encantador, o por lo menos no tan depravado como el de la ciudad. Muchos al tocar la tierra prometida, iniciaron caminatas de exploración para dilucidar el lugar; gozaban del olor del campo, de los tonos verdosos del pasto, del sonido producido por insectos, y la majestuosidad de los juegos y concursos que se programaron para nuestro encuentro, en donde la hiperactividad, la competencia y la recreación se unían para regalarnos momentos de completa diversión.
Mirando desde arriba las gentes simulaban ser hormigas agazapadas por el juego, el azar, el licor, y la música. Incluso se podrían haber realizado desde distintas percepciones obras teatrales que presentaran la entropía de aquellas odiseas.
A medida en que ganamos confianza con otros, las relaciones humanas se hacen más amenas, sin vacilaciones y con poca restricción en lo que hacemos y pensamos. Una expresión artística enmarcada por la inocencia y el goce de nuestra infancia aun intacta.
El autor relata la historia de un viaje, y de manera poética describe los acontecimientos que enmarcan los encuentros de jóvenes apasionados aún por su infancia.
Joan Camilo Piedrahita Mejìa
miércoles, 8 de octubre de 2008
Desprecio Proclamado
Quienes atendían el restaurante –bar era un señor y su hijo, aquel señor se pintaba de sabio con su ropaje del todo blanco a excepción del jean, hasta su cabello coloreaba la experiencia de aquel pensador. Aproximadamente a las 2:00 a.m. llegó, como se dice vulgarmente, una gallada de “amigos”. En este peculiar grupo que se adentraba a nuestro espacio ya aireado por la tranquilidad y goce del lugar se hacían notar de manera un poco extraña 2 mujeres.
Una de ellas a quien le apellidé W, se dirigió con aires de mando y poderío al dueño del local, diciendo: ¡Quite esa música que es de viejitos, ponga una de jóvenes! (señalándose así misma), de manera inmediata, como es obvio el dueño se sintió ofendido, y en su trabajo de satisfacer al cliente como lo venía haciendo, al parecer no tuvo más remedio que cambiar la música.
Desde pequeño me he cuestionado acerca de las múltiples interpretaciones que se dan respecto a la edad y el comportamiento. Para mi es joven quien sabe hacer de su vida algo agradable sin hacer perjuicio o daño a los demás, creo que el comportamiento no va ligado a la edad, sino a la “madurez” intelectual, entendida madurez como la comprensión de ver la vida con la seriedad con que jugamos cuando éramos niños. W se ensalzaba así misma repitiendo: “yo pago”, queriendo ser superior, por lucir sus 15 segundos de fama, aparentando ser la dueña y reina del lugar, pensando en que las limosnas que daría repararían al arduo trabajo de aquel sabio y su hijo. Aunque para los hombres que la acompañaban podría ser una mujer bonita y agradable, para mí se había convertido en un ser fastidioso e insoportable, además de ser una vieja y amargada "mujer" atrapada en una estatua que no sabría describir, un ogro disfrazado de mujer que hace de las relaciones humanas algo pesado.
El autor expresa su desconcierto y fastidio por un personaje W que atrofia su espacio de armonía en algo pesado e insoportable, describe el desprecio por aquellos seres grotescos que siembran el odio, de esos que empujan pa’ tras y que no quisiera admitir en su base de datos.
domingo, 28 de septiembre de 2008
PARADAS
Mientras recorría asiento por asiento con brazos extendidos y manos abiertas, algunos pocos que estábamos en el bus compartimos algo de lo que llevábamos con dicho personaje. Así pues que le regalé la ultima moneda que me acompañaba en el bolsillo izquierdo de la sudadera.
Era día de amor y amistad, y a pesar de no estar con mi madre en mí cabeza solo retumbaban dudas y preocupaciones por el bienestar de aquel pequeño, -“¿Qué será del niño al salir del bus?”-, y no sé porque solo en eventos como este medito un tiempo, y doy cuenta de las muchas veces que he sido mal agradecido con lo que tengo.
Es necesario chocar con imágenes un poco tristes o conmovedoras para vernos a nosotros mismos. El inconveniente es que la gran mayoría olvidamos a los pocos minutos ese encuentro con el espejo que nos señala, que nos deja indefensos, sin mascaras, desnudos a lo que en verdad sentimos.
Recomendados:
http://www.youtube.com/watch?v=wedSnuNheio
http://www.youtube.com/watch?v=wxW8cYRxPe0
El texto está dirigido a todos los lectores amantes de las pequeñas historias del común, el autor describe como su percepción extracorpórea en la comunicación se convierte en un juego de emociones invisibles.Un hecho de la vida diaria desencadena un rio de reflexiones y pensamientos, así podríamos resumir éste texto, en el cual un niño dentro de un bus pide dinero; dicha imagen se convierte en el motor de meditaciones que cargan consigo sensibilidades personales que surgen frente a situaciones que se creen injustas o dolientes
Nunca esperes ver imágenes tristes, simplemente busca en tí la esencia que te caracteriza y haz frente a los inconvenientes con fuerza y valentía, no temas a ser quien eres, no temas expresar lo que sientes y por nada del mundo deja de creer en la fuerza de voluntad, la esperanza y el amor.
Joan Camilo Piedrahita Mejía
20 de septiembre de 2008