miércoles, 8 de octubre de 2008

Desprecio Proclamado

De madrugada a eso de las 1:30, el 18 de octubre de 2008, me encontraba en un estadero con mis amigos de la pensión apodado la Finquita esperando pasar un momento agradable, entre chistes, risas, cervezas y baile se tornaba en nuestra mesa un aire juvenil, risueño y solemne. En otras mesas nos acompañaban; dos jóvenes de aproximadamente 24 años cada uno, con tan solo una cerveza pasaron hablando y discutiendo un poco sobre filosofía y religión (una extraña combinación que confieso me gusta mucho). En otra mesa se encontraba una pareja de amantes, lo digo porque ya me he acostumbrado al igual que muchos a ver de manera un poco perversa las acciones que se hacen a escondidas.

Quienes atendían el restaurante –bar era un señor y su hijo, aquel señor se pintaba de sabio con su ropaje del todo blanco a excepción del jean, hasta su cabello coloreaba la experiencia de aquel pensador. Aproximadamente a las 2:00 a.m. llegó, como se dice vulgarmente, una gallada de “amigos”. En este peculiar grupo que se adentraba a nuestro espacio ya aireado por la tranquilidad y goce del lugar se hacían notar de manera un poco extraña 2 mujeres.
Una de ellas a quien le apellidé W, se dirigió con aires de mando y poderío al dueño del local, diciendo: ¡Quite esa música que es de viejitos, ponga una de jóvenes! (señalándose así misma), de manera inmediata, como es obvio el dueño se sintió ofendido, y en su trabajo de satisfacer al cliente como lo venía haciendo, al parecer no tuvo más remedio que cambiar la música.


Desde pequeño me he cuestionado acerca de las múltiples interpretaciones que se dan respecto a la edad y el comportamiento. Para mi es joven quien sabe hacer de su vida algo agradable sin hacer perjuicio o daño a los demás, creo que el comportamiento no va ligado a la edad, sino a la “madurez” intelectual, entendida madurez como la comprensión de ver la vida con la seriedad con que jugamos cuando éramos niños. W se ensalzaba así misma repitiendo: “yo pago”, queriendo ser superior, por lucir sus 15 segundos de fama, aparentando ser la dueña y reina del lugar, pensando en que las limosnas que daría repararían al arduo trabajo de aquel sabio y su hijo. Aunque para los hombres que la acompañaban podría ser una mujer bonita y agradable, para mí se había convertido en un ser fastidioso e insoportable, además de ser una vieja y amargada "mujer" atrapada en una estatua que no sabría describir, un ogro disfrazado de mujer que hace de las relaciones humanas algo pesado.

El autor expresa su desconcierto y fastidio por un personaje W que atrofia su espacio de armonía en algo pesado e insoportable, describe el desprecio por aquellos seres grotescos que siembran el odio, de esos que empujan pa’ tras y que no quisiera admitir en su base de datos.
En el pequeño texto (crónica), el autor describe un sentimiento que muchas personas quizás han sentido, a través de una vivencia que tiene como escena una reunión de amigos en un restaurante-bar. En el texto se nota como el autor, a veces, se convierte en espejo del lector en general, haciendo de éste un personaje anónimo.